Un estudio encuentra por primera vez una sólida relación entre el incremento de la contaminación y enfermedades más allá de las respiratorias y cardiacas
Las partículas finas que hay en suspensión en el aire de las ciudades, causadas sobre todo por la combustión del diésel, afectan directa y rápidamente a la salud. Cada vez más estudios muestran que cuando sus concentraciones suben, se incrementan casi automáticamente los ingresos hospitalarios por enfermedades respiratorias y cardíacas. Lo que no se sabía hasta ahora es que también repercuten en otras patologías, como septicemia, obstrucción intestinal o fallo renal.
Esta nueva evidencia proviene de un artículo publicado el pasado jueves en British Medical Journal (BMJ), que ha analizado durante 12 años más de 95 millones de hospitalizaciones de mayores de 65 años en el servicio gratuito Medicare de Estados Unidos. Al cruzar estos datos con las tasas de partículas PM2,5 en el aire (aquellas con un diámetro inferior a 2,5 micrómetros) corroboraron que cada incremento se traducía en una subida de los ingresos al día siguiente. Sus datos también muestran que no hay nivel seguro de partículas en el aire. Si bien la recomendación de la Organización Mundial de la Salud (OMS) es que no se supere una exposición diaria de más de 25 microgramos de PM2,5 por cada metro cúbico de aire, el estudio indica que incluso por debajo de estos niveles se mantenía una correlación casi lineal: a más partículas, más hospitalizaciones.
En la población del estudio, cada nuevo microgramo de partículas está asociado a un incremento de 3.642 hospitalizaciones anuales por enfermedades cuya relación con esta contaminación ya se conocía: cardiovasculares, respiratorias, diabetes, neurológicas o trombosis, sobre todo; y 2.050 nuevos ingresos por culpa de otras cuya asociación con las partículas casi no se había estudiado, entre las que destacan desórdenes de fluidos y electrolitos, septicemia, infecciones del tracto urinario, cutáneas, fallos renales, y obstrucción intestinal.
El estudio tiene algunas limitaciones, pero varios expertos señalan que abre un interesante camino y que hace evidente que la morbilidad asociada a este tipo de contaminación atmosférica estaba «infravalorado». Es la opinión de un equipo de la Escuela de Ciencias Experimentales de la Universidad de Southampton, que escribe un editorial en el mismo número del BMJ. «Desde un punto de vista optimista, incluso una pequeña reducción en la concentración de PM2,5 podría tener beneficios sustanciales, aunque una extrapolación a una población global requiere precaución, puesto que los seguros financiados de salud de EE UU, incluido Medicare, están destinados a personas mayores de 65 años, ciertos grupos étnicos y con bajos ingresos», argumentan.
Xavier Basagaña, investigador del instituto de salud ISGlobal, y especialista en contaminación, lo explica así: «Lo que estudian en este artículo son los efectos a corto plazo, inmediatos: si hoy hay más contaminación, mañana habrá más ingresos. Estos afectan sobre todo a las poblaciones más vulnerables, a gente que ya tiene algún problema de salud, y por tanto es lógico que se encuentren más en personas mayores, que suelen tener una salud más delicada o enfermedades crónicas». Con respecto a las nuevas enfermedades en las que se ha hallado relación con la polución de las ciudades, ve probable que se pueda replicar en otros contextos, como las urbes españolas. «Es posible que veamos nuevos estudios en todo el mundo que intenten confirmarlo», añade.
Los hallazgos son un paso más en la evolución de lo que sabemos de la relación con la contaminación y la salud. Los primeros efectos detectados fueron los respiratorios, los más intuitivos, puesto que este sistema es el primero que entra en contacto con el aire donde flotan las partículas nocivas. Después se fueron descubriendo afecciones cardiovasculares y cada vez se van viendo en más dolencias. Basagaña explica que es el proceso tiene una lógica biológica: «Las partículas son tan finas que pueden atravesar los pulmones, llegar a la circulación y, a partir de ahí, a cualquier parte del cuerpo».
Otra explicación puede ser la hipoxemia (disminución de la concentración de oxígeno en sangre) que se produce cuando aumenta la contaminación. Es la opinión de Marciano Sánchez Bayle, pediatra que publicó a principios de este año un estudio que mostraba la relación de los aumentos de polución con la hospitalización de niños por asma. “Esta falta de oxígeno hace que puedan empeorar los síntomas de muchas enfermedades, lo que hace más probable el ingreso”, asegura. En su investigación también comprobaron que las atenciones hospitalarias subían para un buen número de dolencias en la población pediátrica, pero se centraron en el asma por ser la más destacada.
Sin embargo, no se puede determinar en cada individuo si la hospitalización ha sido desencadenada por estas partículas. “No existen biomarcadores con los que medirlos, pero incluso si los hubiera, sería muy complicado establecer esa causalidad”, resalta Basagaña.
Estudios como los mencionados se basan, por este motivo, en grandes masas de población, de la que se sacan evidencias estadísticas. En el análisis de cada una de las enfermedades que han estudiado, los incrementos relativos de hospitalizaciones por cada aumento de un microgramo de PM2,5 son pequeños, siempre menores del 1%, incluso en las que tienen más incidencia. Es un riesgo mínimo individualmente, pero epidemiológicamente muy significativo, puesto que supone miles de nuevos ingresos, con un enorme coste. En el caso de estudio, calculan 93 millones de euros anuales de coste directo para Medicare.
Expertos piden más severidad a la OMS
Las partículas PM2,5 se han convertido en uno de los mejores medidores de la contaminación antropogénica en las ciudades. Son 100 veces más delgadas que un cabello humano, compuestas principalmente por partículas secundarias de precursores gaseosos, la mayoría de los cuales proceden de la combustión de los motores diésel. Aunque también se miden partículas más grandes (PM10) las pequeñas parecen ser más peligrosas por su capacidad para penetrar en el organismo. La Organización Mundial de la Salud (OMS) hizo una recomendación en 2005: que no se superasen los 10 microgramos por metro cúbico de media anual o 25 en 24 horas. Un estudio de 500 ciudades, tres de ellas españolas, demostró que en estas (Madrid, Barcelona y Sevilla), rondaban una media anual de 11. Pero la investigación que publica ahora BMJ alerta de que el peligro viene incluso con concentraciones menores. La OMS ha de revisar sus recomendaciones el año que viene y los autores del estudio piden que tengan en cuenta estas evidencias para ser más restrictivos.